viernes, 15 de febrero de 2013

Mientras colocaba, apretando sin misericordia el lomo de "La sombra del viento", una señora del barrio, de unos trescientos años,  que llevaba abrigo de piel con pegatina de la cruz roja me preguntó.
- No nos queda, señora.
- ¿Ninguno?
"No quedan significa que no hay nada, cero. ¿Qué es lo que no ha entendido, señora mayor e imbécil?"
- No, ninguno, pero lo están reeditando, no se preocupe, estará en un par de semanas.
- ¿Entonces no queda ninguno?
"No, pero yo se lo escribo en un momento, y le hago las pastas con cartón duro de embalar y si quiere se lo envuelvo para regalo"
- Ya le he dicho que no.
- ¿Y no podría mirar en el almacén?
"¿Por qué da por hecho que hay un almacén? ¿Por qué? ¿Es que no se fía de mí? ¿Qué quiere? ¿Quiere que baje a sabiendas de que no hay y después de un rato suba sudando y  con un corte en la mano por los filos de las estanterías de chapa? No, señora. No queda ni un puto libro de esa tal Samanta, y si lo hubiera lo escondería o me lo metería por el culo antes de que usted se lo lleve a su asquerosa casa"
- En el almacén tampoco quedan.
- Pues que pena. Es que conozco mucho a sus padres bueno y a sus suegros y quería regalárselo a una amiga que hoy cumple años y hemos quedado para comer en El Barril ya sabe picar un poco unas ostras unas gambas y mi hijo es médico en el Ramón y Cajal y mi nuera tiene una empresa de ordenadores y cistitis por eso hoy no puede recoger a los niños y mi marido se murió sin conocer a sus nietos y llevo toda la vida comprando libros aquí y el padre del dueño era íntimo amigo de mi marido que se murió sin querer el pobre y estaba sano como un roble pero el corazón ya sabe no tendrá "las brasas de Ángela" o algo así.
- No me suena, quizá "Las cenizas de Ángela"
- Pues eso, lo que le había dicho.
- Pase por aquí, señora.
- Lo voy a pagar en efectivo ¿cuánto es?
- Ahora se lo digo.
- Dígame cuánto es.
- Ahora se lo digo.
- Dígame duánto es, si hace el favor.
"Padre nuestro que estás en lo cielos..."

La casualidad es como la naturaleza, obra sin maestros. Pocos días después, Samanta, la autora del libro que buscaba la momia y que era mi vecina, por una casualidad tan grande como el impacto de un meteorito en el centro de Badajoz, se presentó en la tienda.
- Hey, hola ¿trabajas aquí? "No, estoy comprando también con este traje corporativo y una chapa con mi nombre"Me puse rojo, o no, e intenté hacerme pequeño torciendo mucho los pies para meterme en el libro que tenía en las manos, aunque desheché la idea para no acabar tiroteado, en una calle de Portlan, por el detective Parker- No lo sabía, de hecho compro mucho aquí, qué bien ¿no?
"Qué bien ¿no? ¿Qué significa? ¿Bien para ti, para mí?"
- Así es, aquí trabajo, pero no te había visto nunca.
- Debe ser que no estás cuando he venido o estabas en el almacén.
Otra vez el puto almacén ¿pero quién lo va contando por ahí?
- Puede que hayas venido y estuviera librando o que pillara el otro turno.
- Claro, debe ser eso. Bueno, siempre me atienden muy bien, pero sabiendo que estás tú.
- Pues a partir de ahora ya sabes, aquí me tienes. ¿Y qué necesitas?
Mientras hablaba tocaba todos los libros de la estantería.
- Estaba buscando "Poeta en Nueva York"de Lorca y "Cuaderno de Nueva York" de José Hierro.
- ¡Qué buena elección! - Dije sonriendo
- ¿Los cocnoces?- La pregunta me ofendió tanto que al mirarla se me apareció Rita Barberá en bikini y tuve tres o cuatro arcadas. Antes de que pudiera contestar se dio cuenda de su metedura de pata- Quería decir que es una sorpresa porque no hay mucha gente que los conozca.
- Sí, claro, no te preocupes, es lo que tiene trabajar en una librería y que te guste la lectura. Además son dos de mis libros preferidos.
- ¿De verdad? ¿Te gusta la poesía? - Preguntó con la voz muy bajita y acercándose mucho.
- Sí, me gusta
- ¿Pero lo que más lo que más?
Seguía acercándose así que pensé que si le decía varias veces lo que más lo que más me besaría.
- Pues sí, lo que más.
- ¡Qué bien!- dijo apartándose de repente - A tomar por culo, pensé- ¿Y de los dos con cuál te quedas?
- Con Lorca, sin desmerecer a Hierro.
- Yo también- acto seguido comenzó a declamar- La aurora de Nueva York tiene cuatro columnas de cieno y ...- Puse la palma de mi mano cerca de su boca y dije:
- Un huracán de negras palomas que chapotean las aguas podridas.
Noté una luz en sus ojos. Estaba sorprendida. Yo noté un escalofrío en mi cuerpo, como si alguien me hubiese recorrido la columna vertebral con un rayador de queso.
- Es difícil dar con alguien así- Dije
- Lo mismo digo.
- Por cierto, leí tu libro de poemas.
- Ahora me vas a ruborizar, déjalo.
Falsedad. Los poetas necesitan que alguien les regale los oídos a todas horas.
- No, no, de verdad, me gustó mucho- Al terminar de decirlo sentí que caía por un tobogán a un mar donde flotaban todas las mentiras del mundo.
- ¿En serio?
- Pues claro.
- ¿No lo dices por cumplir?
- No tengo ninguna necesidad.
- Es que yo no estoy muy contenta.
- Imagino que uno nunca termina de estar a gusto con lo que escribe. Pero en tu caso es verdad, es una poesía muy fresca, un canto al yo, un laberinto de espejos.
- No sigas porque me parece exagerado.
- Pues no lo es. La novela no la he empezado.
- ¿Tienes mis dos libros?
- Sí.
- Pero bueno...
- Me los recomendó un amigo- Ahora me ahogaba en el embuste.
- Me dejas de piedra y acalorada-  Miró su reloj - Qué tarde es. Me llevo los dos libros.
Al terminar de pagar me tendió la mano.
- Espero verte la próxima vez que venga.
- O en el portal abriéndote la puerta, muchas gracias.
- Ciao
- Ciao - Contesté, mientras se alejaba y me llevaba la mano a la nariz para esnifar "Escale à Portofino de Dior"



 

1 comentario:

Marisa dijo...

“Padre nuestro que estás en los cielos…” me encanta la socarronería de este librero.

Un abrazo.